“Notarás
mi cinismo
cuando
te llame cariño
pero
verás mi alma
cuando
se me ponga dura.”
(Montoya,
“Semirrecta, el origen.” Julio 2011)
Mientras tomaba un café de solera —
recalentado de la mañana anterior— releyó varios renglones de
aquella escueta carta que había encontrado en la mesa de la cocina. En las
sábanas de su cama todavía quedaban restos del último polvo con ella; lefa seca,
sangre de regla y aquel inconfundible aroma al perfume de una conocida
multinacional en la que las pijas como ella tiraban de Visa todos los sábados
para sentirse felices en sus opulentas vidas.
Dejó la taza y la cuchara en la fregadera y por enésima vez
quiso atreverse a escribir algo original e imaginativo pero volvió a dar
delantera a la pureza creativa de Sherezade, la envidiaba por su capacidad
narrativa y se le iban los ojos por aquellas mil y una noches porque, al
contrario que ella, él había perdido totalmente toda fuente de inspiración,
hacía más de dieciocho días y catorce horas que bajaba sin frenos «cual goitibehera», las laderas del monte
Parnaso. Pero eso no podía seguir así. Aquella pija opusiana, «mala arpía» con la que pasó tres meses,
con sus correspondientes noches, de sexo y desenfreno debió sorberle, entre
otras cosas, su mierda de creatividad. Él que, a la hora de escribir, siempre presumió
de burlarse del amor y saborear con naturalidad la capacidad de deslizarse
sobre el folio; ligero, aéreo e inmaterial veía hoy como la mordaza que rodeaba
su corazón, se derrumbaba como un castillo de naipes llevándose consigo las
ideas siempre fieles que habían discurrido durante décadas en su cabeza, las
cuales morían como espermatozoides alborotados a punto de emprender un camino
intenso pero corto en el que sólo uno de ellos sobreviviría. Y todo por una ninfómana
del Opus que había conocido aquella noche en el concierto de Tonino Carotone.
De la noche a la mañana había dejado de imaginar, de idear,
ingeniar, proyectar su creatividad en un papel, estaba en otro ángulo de su
mundo paralelo, se veía condenado, atrapado en el mundo de los normales, los
que se rigen por normas, los que follan como viven; de mentira y presumen de
controlar sus miserables vidas en una sociedad de mierda que los esclaviza cada
día un poco más. Qué asco de vida llevan, llenas de puta basura, de apariencias
y consumismo.
A medianoche se levantaba entre las mismas sábanas creyendo
haber retomado la dinámica pero tan sólo alcanzaba a comer en la cocina las
sobras de la noche anterior; kebabs y restos de pizzas mordidos que sustraía a
escondidas de la pizzería del barrio, las de cuatro quesos le encantaban aunque
esas que llevan piña a pesar de toda la mierda que les echan, fueron siempre su
debilidad.
Miró por la ventana de casa y era de noche, el reloj del
puto móvil marcaba las cuatro y veintitrés de la madrugada. Tenía tropecientos
avisos de llamadas en él y su procedencia se la traía bastante floja. La
oscuridad a través del cristal, la nocturna calma que transmitía el barrio y su
discrepancia interna con este mundo consumido por las desigualdades formaban
una melodía salvaje que lo incitaba a rebuscar musas donde no las había, llenando
de pintadas los muros mudos de aquella ciudad podrida que reflejaba una normalidad
enfermiza y contagiosa.
Y así, escuchando a Immortal Technique amaneció
y salió el sol y con él la luz del nuevo día se coló por aquella ventana escudriñando
entre sus ojos apáticos y somnolientos, recordándole que su puto día de la
marmota había vuelto a comenzar. Su aliento apestaba a perros muertos, sus
pelos y su barba denotaban varias semanas de peleas con las dudas pero en ese
momento eso también se la traía floja ya eran veinte días, ocho horas y
cuarenta y siete segundos bajando del Parnaso y hoy tenía la certeza de haber
dado de bruces con el remedio a sus males.
Hoy sí, el sol le iluminaba. Hoy evocaría a l@s mejores, los
que una sociedad sin vida, apática y errante tachó de maldit@s; Virginia Woolf,
Alejandra Pizarnik, Ángel Ganivet, Alfonsina Storni, Sylvia Plath, entre otros.
Hoy culminaría su obra maestra tomando un poco de cada uno de l@s mejores. El
gas, el agua, Seconal…
…ahora
Él ya no existe pero su otro yo ha encontrado un nuevo amigo imaginario; dice
llamarse Enrico Freire y ambos van a escribir “Explosión”, y antes del
grito, tardo cuarenta y cuatro años, tres meses y un día en encontrar la
salida.