“-¡Cuéntanos
un cuento!- le pidió la liebre.
-¡Te
lo pedimos por favor!- le rogó Alicia”
(Lewis
Carroll, “Alicia en el País de las Maravillas.”)
Aquella semana de
diciembre recibí varios mails de los que sólo uno de ellos llamó mi atención,
éste no parecía remitirse desde Tanzania o Mozambique y tampoco hablaba de
príncipes ni tampoco de minas de diamantes ni cuentas bancarias. Se trataba de
una invitación a un Taller de Escritura Creativa en Lloret, un encuentro de
frikis de esos que construyen olas y burbujas en sus vidas para el momento más
inesperado meterse dentro de ellas y, a la medida que puedan, hacer algo más
que dar puntapiés al tedio; escribir, bien o mal pero escribir, bajando de las
montañas del fuego o emergiendo de las oscuras profundidades del litoral
craneal, convertir, comunicar, expresar, descubrir y aprender a sobrevivir sin
cortarse las venas en primavera o sin llevarse a algún hijo de puta por delante.
En definitiva; ver el mundo desde otra perspectiva.
Sonó mi móvil-ladrillo,
la llamada inesperada me pilló fuera de juego, viajando a Babia. Acepté la
invitación con tal normalidad que incluso, más tarde, llegué a sorprenderme de
tomar esa decisión —por insignificante que parezca— tan a la ligera. Unas
semanas más tarde ese compromiso me embutió en el autobús camino a Catalunya. Durante el viaje mis ojos
devoraron a través del cristal todo el paisaje de aquel país de botifarres, barretines, estelades e
insustanciales cumbaiàs que durante
dieciocho años me acogió. Aquello manifestaba recuerdos como olas del mar arrastrando
nostalgia.
Las seis horas de viaje «a
pesar del excesivamente susceptible compañero de viaje con el que me tocó
compartir asiento» se hicieron digeribles y en la estación de Lloret me
esperaba Iona, una vieja amiga
catalana, coordinadora y organizadora del encuentro y con la que años atrás
compartí unas letras en cuentos eróticos como; “Eric, El Comedor De Coños”
y “Tu
Glande Juega Al Ajedrez”. Ambos cuentos, por vulgares y frikis que sus
títulos puedan parecer quedaron finalista y ganador respectivamente del
Decimonoveno Concurso de Literatura Erótica Ciudad de Tenerife. A mí
particularmente nunca me han atraído los concursos ni las competiciones; «“decís que todo es mentira, que todo está
manipulado. Pero os gusta recibir premios en los que os habéis cagado.”» y
por consecuente Iona y yo —después de
juntar solidariamente el premio económico— tuvimos el placer de disfrutar de
mil doscientos euros y una semana de alojamiento con pensión completa en un
camping naturista de Tenerife. Pero de eso hace muchos años y es otra historia.
Iona estaba igual que siempre, a
pesar del paso de los años, no había cambiado mucho; delgada, alta y con algunas
que otras canas más que se habían escapado al tinte rojo y azul de su melena y
que la convertían a sus treinta y pocos años en una persona con más carisma que
cuando versioneábamos la canción de “Terror en Jacksonville” en aquel
grupo punk con nuestras caras de adolescentes pajilleros.
Evocamos viejas historias acompañados por unas cervezas entre
risas en el bar de la estación, metí mi mochila en su coche y nos desplazamos
hasta el colegio donde, ese fin de semana, se iba a realizar el Taller y poco a
poco fueron llegando el resto de invitados. Creo que nos juntamos cincuenta y
tres, cada cual veníamos de diferentes puntos geográficos. Nos alojaron en el
gimnasio y fue casi divertido no pegar ojo en la primera noche, nos la pasamos todos
hablando, conociéndonos y riendo tratando cada cual, hipócritamente de caer
bien excepto cuando —sin venir a cuento— solté;
—«Esto se parece a la novela de Agatha Christie, Diez Negritos y ahora…—ejem!!—
«carraspeé»… empezarán a matarnos uno a uno.»
Se hizo un leve silencio.
Y aunque Iona, durante toda la velada no se
apartó de mí tuve tiempo para conocer livianamente al resto de participantes.
El sol salió
cuando Morfeo hizo acto de presencia y nos saludó dando el pistoletazo de
salida al Taller. Nos encontrábamos en una de las aulas, unos ataviados con sus
portátiles, otros con libretas, bolis, auriculares... El ambiente se cargó del
aroma de cafés y al de tabaco de pipa que exhalaba un tipo con barba blanca y
gafas redondas de esas con estilo a John Lennon. Se trataba de Isaac, un
arrepentido profesor gallego que fumaba mientras escribía su micro relato; “Tu
Voz Es Hielo”. Con éste especialmente fue con quién más me relacioné
aquel fin de semana. Él tenía su propio concepto sobre la educación,
reflexionamos con fluidez sobre la enseñanza y el aprendizaje, se sorprendió
cuando le hablé del profesor murciano Pedro García Olivo. Ambos, a su manera,
entienden la figura del profesor como un mercenario del sistema capitalista y
yo me ratifico en ambas posiciones.
Siguiendo en el Taller Literario, un grupo nos quedamos en
blanco incapaces de juntar cuatro putas palabras con sentido y mi bloqueo era
tal que hubiera sido más sencillo inventar pompas de jabón con vida propia que
escribir algo con sentido en ese momento. Algunos hablaron del típico PND,
Presentación, Nudo, Desenlace tratando de motivarnos, pero no hubo manera,
otros salieron fuera del aula buscando el parnaso y yo busqué inútilmente las
musas en la cintura de
Iona, ella en
vista de la ausencia global de inspiraciones propuso estratégicamente y con
iniciativa cambiar la metodología; haciendo un trabajo en grupo e influyéndonos
en quién tenía el ingenio de su parte para que tratásemos de reflexionar sobre
la necesidad de contar las historias.
Aquello no sé cómo pero medianamente resultó, todos aportamos
algo bueno y al final, entre torpes y perspicaces, salió de toda aquella mezcla
de historias e ideas un pequeño trabajo literario con cuentos de todos los
colores y para todos los gustos.
Yo de aquellos dos días y cincuenta y tres frikis
escribiendo, me quedo con la memoria que me abría el paisaje; fue nostálgica la
evocación que traen los vientos que atraparon mi niñez, el momento del
encuentro al compartir recuerdos, risas y cervezas con Iona en la estación, la primera noche despiertos y también Isaac y
su particular forma de entender la educación, y poco más. No sé, hay épocas en
las que estoy tan decepcionado con la especie humana que prefiero no conocer a
más gente «que los palos que nos llevamos
algunos no son caricias» quizás ese día fue sin duda uno de tantos, quizás ESKORBUTO
tuvieron razón revelando en aquella canción eso de; “Las multitudes son un estorbo”
o quizás sea una indeterminada cuestión de ambigüedad por mi parte.
La vuelta a casa
en el bus fue de lo más nostálgica si cabe. Aunque Iona y yo, gracias a la literatura estamos en contacto
permanentemente sabíamos que no nos volveríamos a ver hasta pasados otros
tantos años y ahí, sinceramente, encontré más inspiración que en su cintura o
en la reflexión intertextual que nos desbordó por momentos en el aula. Sobre
todo cuando en el viaje de vuelta observaba al resto de pasajeros mientras
adelantábamos a un camión cargado de reses y me sentí una más en el jodido
rebaño. Socialmente gracias al capitalismo genocida me veo destinado a un mismo
fin; el matadero. A pesar de ello el viaje de vuelta dio para escribir una
historia en blanco y negro; “En Euskadi No Se Folla (A Veces)” que
servirá, la próxima semana, de entrada para el Blog.