El verano ha quedado atrás, entras con fuerza en el otoño en
una malgastada urbe donde sus habitantes depositan su confianza en la
participación de la lotería guardada como oro en paño en su cartera. Lo más
parecido a empezar una vida nueva es tirar la casa por la ventana, ponerse en
forma retando a muerte a esos kilos de más que sobresalen del cinto y te apelmazan
día tras día. Conduces tu coche hasta la gran superficie comercial francesa dedicada
a la venta de productos pensados para el deporte.
Allí todo vale y antes de soltar el volante ya te están
vendiendo tiendas de campaña, canoas y mesas de ping-pong. Al traspasar el
portalón acristalado, un amago de homo sapiens matón te mira de arriba abajo
como si fueras descendiente directo de Bonnie & Clyde, tú no has robado
nada en tu puta vida pero eres un jodido sospechoso más, el enemigo público número
uno, como todos los que como hormiguitas, pululan allí dentro. Tampoco has
corrido nunca y si lo has hecho ha sido de pequeño en clase de gimnasia o
siendo adulto por estar en el sitio que no debieras en el momento menos oportuno
pero te saludan tus endorfinas cuando tus ojos ven, sobre una estantería, unas
mallas negras concebidas para la práctica del deporte al aire libre porque en
breve piensas convertirte en un Sammy Lelei y mientras sucumbes a la machacona
banda sonora del edificio, marcas tu fecha límite y te imaginas en tu esparcimiento
o espontánea afición mutando atléticamente y porque están de oferta y sólo
cuestan seis euros. Son marca propia. Las zapatillas amarillas concebidas para
la práctica del running prometen
comodidad, transpiración y sus membranas delantera y trasera harán que tus pies
alcancen el clímax. Hedonista, esas son tus zapatillas. Y vas y las metes
también al carrito azul de ruedas pequeñas.
Cartelito, chico y chica corriendo por el monte, sonrisa,
cuerpos esbeltos, sí, son tu fetiche. Tus jodidas endorfinas están al límite,
eres feliz y te sientes bien entre pasillos de estanterías repletas de
artículos deportivos en venta.
Vas a cambiar de mallas, vuelves al pasillo pero no las
cambias, coges otras cortas. Algún día hará calor. Calcetines, tu fetiche lleva
unos de color blanco a la altura del tobillo, preguntas por su localización a
la dependienta becaria cuya intención, por un mísero jornal, es ordenar el
desorden que han dejado otras hormiguitas humanas que, poseídas como tú por
paliativos de felicidad, han pasado antes por esa sección. Dos paquetes de
cinco pares al carrito azul de ruedas pequeñas, polvos “anti-olor-zapatillas” también, dos botes al carrito.
Camisetas, otros fetiches de anuncios visten de tirantes,
manga corta, manga larga, sin manga. Tres de cada y de colores vistosos ya
ocupan su lugar en el dichoso carrito azul de ruedas pequeñas.
Siempre te han llamado la atención esos botes de quema
grasas, pastillas de prodigiosa Coenzima Q10, siropes, polvos proteínicos y
complejos vitamínicos al alcance de tu mano. Un par de botes de polvos por aquí,
tres de pastillas por allá, ah, y las barritas energéticas todo al carrito azul
de ruedas pequeñas. Ya tienes una tarea que hacer cuando llegues a tu casa;
mirar en internet qué uso le puedes dar a todos esos fraudes farmacéuticos que
acabas de comprar.
Llevas el jodido carrito azul de ruedas pequeñas hasta las
cartolas, por qué cojones no los hacen más grandes, mochilas, tienes unas
cuantas, pero el color de éstas es chillón y tienen cuerditas, molan. La metes
a presión en el carrito y te caben, eres el puto amo y siempre se te dio bien jugar
al tetris aunque sólo lo hicieses
cuatro veces contadas de tu miserable vida.
Vuelves a ver por el pasillo de los sacos de dormir, de los
que llevas uno rojo y otro azul sujetados de ambas cuerdas por tu mano
izquierda (con la otra tiras del carrito), al omnipresente amago de homo
sapiens matón. El mismo malnacido que en la puerta te atravesó con sus ojos desde
lejos observa ahora con penoso disimulo tu vieja riñonera en la que guardas una
visa con la que pagarás todo lo que llevas embutido en el puto carrito azul de
ruedas pequeñas.
Das por hecho que en un futuro no muy lejano, hablemos de
unos meses, serás un hombre nuevo, deportista, atlético y quizá te conviertas
en fetiche de otros que, como tú, han decidido dar ese paso y convertirse en
gente físicamente nueva. Tus vecinas y amigas pensarán en ti cuando se hagan dedos.
Tras pasar por caja en la que han despedido al cajero-cajera
te cobras a ti mismo y haces el trabajo de cajera-cajero gratis durante diez
minutos, plusvalía. Antes de llegar a casa pasas por el hipermercado. Siempre
hay escusas, te pilla de paso y hay que reponer leche que se terminó esta
mañana. Unas txistorras, morcillas, queso curado del Roncal y varias cajas de
cervezas completan la compra. Hoy estás que lo petas, eres el puto amo y cuando
has subido las compras hasta casa te das cuenta de que no has comprado leche.
Las endorfinas se van apaciguando. Tu armario parece otro. Te das cuenta de que
tienes una mochila exactamente igual que la que acabas de comprar, debiste
comprarla hace años y ni siquiera le quitaste la etiqueta, en silencio comparas
el precio de ambas, podías haber estado más atento pero vuelves a las escusas;
te ha salido un euro más barata que cuando la compraste. Has salido ganando,
eres un CRACK. La ropa y los accesorios concebidos para la práctica del running
que acabas de comprar ¿has pensado guardarlos en otro cajón a parte?, te das
cuenta de que está ocupado por ropa y accesorios concebidos todos ellos para la
práctica de running. Sí claro, ésta ya me queda pequeña, la compré antes del verano cuando no
lo tenía muy claro esto de tomarme en serio mi cambio, piensas.
Con todo guardado y ordenado en el armario, te dispones a
freír unas morcillas mientras saboreas el jugoso queso del Roncal con unos
buenos lingotazos de cerveza fría. Qué ostias colesterol, donde se pongan unas
buenas atorvastatinas.
Mañana o pasado pensaré cuando empiezo con el deporte aunque
para ello crees que sería mejor disponer de un móvil de última generación, sí
de esos que te marcan tus propios avances y metas y te controlan hasta las
pulsaciones. Joder, mañana llamo a Vomistar y que me informen. Valen pasta,
pero es por mi salud, piensas untando pan en el aceite de la sarten.
Siempre hay escusas. Hoy estoy feliz, no hay escusas para no
estarlo.
Metamorfosis atlética.