Sudaba, sudaba mucho. Avanzada la mañana, el calor se fue
acentuando. De manera que, ignorante de él y por enésima vez, volvió a pasar
por la calle de la sombra en busca de la fresca pero no la encontró. Tal vez
estaría metida en algún tugurio de aquella vieja ciudad en la que las ratas se
disputan sus itinerarios entre sus selectos habitantes. Qué leches! las ratas
como ella no hacen ascos a nada, pensó y sin dudarlo se dirigió al bar que
estaba dos manzanas más delante de la calle de la sombra. Sus axilas denotaban
el bochornoso clima, el imponente y marginal extrarradio; un podrido arrabal y
su boca pastosa y seca recordaba un descomunal desierto del Gobi pero a pesar
de todo, allí estaba ella al final de la sucia barra, esperándole; rubia,
imponente, flamante y tan fresca.
Andrés de
Bakaioko y David de Sendika conversan sutilmente, ante sendos vasos de vino,
sobre un acontecimiento que, ajenos a él, marcará la vida de la mayoría de
habitantes de su pueblo; Zugarramurdi.
David de Sendika, con su cara marcada por la cuperosis, hace
oídos a unas palabras que la voz ronca de su vecino Andrés provee de carácter
respetuoso;
—Esta mañana ha llovido, debí haberlo
previsto ayer para coger simiente y tenerla preparada. Ayer se llevaron a
declarar a Beatriz de Etxebe. Sí, la hija de Jesús de Baroja, la que pinta
lienzos y no hay mozo que le quite ojo. ¿Ya sabes eso de que en el valle muchos
son quienes hablan sobre brujas, demonios y machos cabríos? O aun no te has
enterado, zoquete. Ahora mismo deben estar llegando a Logroño. —
Mientras tanto en Logroño, Beatriz de Etxebe, sentada en una
silla frente a una gran mesa sobre la que descansaban diferentes crucifijos,
narraba con pelos y señales, ante el temible Tribunal de la Inquisición, los
sueños que la atormentan por las noches;
— (…) sí, y además bailan desnudas, giran y
giran hasta que, entre carcajadas y aplausos de quienes forman el círculo, caen
al suelo extenuadas. —
— ¿Está usted segura de lo que está
diciendo? Señorita Beatriz de Etxebe, míreme a los ojos cuando le hablo. Repito,
¿está usted segura de lo que está diciendo? —
Interrumpió furiosamente don Alonso de Salazar, el temido
sacerdote miembro de la Santa Inquisición, que días antes, a su paso por
diferentes pueblos del norte de Navarra durante su viaje a Logroño había
acusado de brujería y detenido a sesenta y siete personas.
— ¿Cómo no voy a estarlo? Me toma por loca o
qué. Son ellas, sí. Envenenan a nuestro ganado y pisotean nuestras cosechas. Fornican,
sí, fornican con todos los hombres, ellos también son herejes, pecadores. Sí,
ellas y ellos, algunas vuelan sobre una escoba mientras ríen a carcajadas. Son
brujas, ¿me oye? ¡B R U J A S!, ¡B R U J A S!—
Enfatizó gritando sus pesadillas, con las manos sobre sus
largos cabellos despeinados y entre alocadas risas una delirante Beatriz de
Etxebe. Sus ojos abiertos por la locura invitaban a salir de su boca todo tipo
de absurdos, mientras un escribiente del Tribunal inquisidor daba fe con su
pluma sobre papel, la veracidad en la declaración de la vecina de Zugarramurdi.
Tras leerlo don Alonso de Salazar, éste afirmó que era la prueba que
necesitaba, luego don Juan Valle Alvarado, Jefe del Tribunal de la Santa
Inquisición firmaría la declaración y la aquiescencia para apresar y quemar
vivos en la hoguera a todos y cada uno de los habitantes de aquel maldito
pueblo. Inevitablemente no había tiempo en disponer quienes estarían implicados
de actos hechiceriles o no, el temido sacerdote tenía carta blanca por la
Corona Real y la Santa Iglesia para acabar por todos los medios con la brujería
y esta vez había tocado el valle navarro del Baztán.
El plan había
dado resultado, Beatriz de Etxebe había sabido engañar a los inquisidores y en
unos días los tendrían en el pueblo.
Ella, en Logroño se encargaría de liberar a todos los
prisioneros que habiendo sido condenados por actos de brujería, esperaban
confinados en diferentes mazmorras el día del juicio final.
Quienes suplicaban clemencia debían firmar su
arrepentimiento como lo hizo Tirtze Maulen de Berria, denunciada por colaboradora
acérrima en aquelarres y ritos, entonces eran puestos en libertad abandonados a
las afueras de Logroño, malheridos y a su suerte. Ésta debía reunirse con
Beatriz de Etxebe en el momento en el que los jueces, sacerdotes y el resto de
inquisidores partieran hacia Zugarramurdi para, según don Alonso de Salazar;
—Terminar con el
último bastión de hechiceros habido en Navarra. —
Domingo 12 de julio de 1610 –
Caserío de la familia Maulen. Zugarramurdi,
Norte de Navarra,
frontera con Francia. Año 1610.
Beatriz de
Etxebe curaba delicadamente con unos apósitos de plantas las heridas de su
compañera Tirtze Maulen de Berria, afligida, débil y extenuada por las torturas
a las que había sido sometida antes de poner fin a éstas, firmando una
declaración forzada que la implicaría en actos de brujería;
—Esto dolerá un poco, te pondrás
mejor. No tienes buen aspecto, pero te vas a recuperar. —
Sobre una mesilla, un mendrugo de pan reposaba en un pequeño
cuenco absorbiendo restos de aceite. Al lado de la chimenea, diferentes cestos
de mimbre recogían en su interior belladona, beleño y mandrágora. Desde la
habitación se intuían las gallinas picotear a las hormigas que cargaban, grano
a grano, el trigo hacia un hormiguero y desde la ventana se distinguían a dos
jóvenes mocosos sentados sobre el alféizar de una de las ventanas bajas del
caserío de enfrente, fabricando un par de tirachinas.
El ambiente fuera del caserío era de ajetreo y movimiento,
mucho movimiento, ningún día había sido igual; caballos y mulos tiraban a la
carrera de carros cargados de palos en punta y montones de cuerdas. El ajetreo de
los vecinos daba un aire muy distante a lo que era el día a día; el ganado no
había salido a pastar, nadie dedicó tiempo a las labores diarias sino más bien
canalizaban todo el empeño en aprovechar la luz del día y sacar con rapidez por
entre las calles de Zugarramurdi pesados carros cargados hasta arriba.
Dentro del caserío el intenso olor a pócimas embriagaba el
aire; mezclas de plantas y algún que otro insecto se cocían en diferentes ollas
colocadas en la gran chimenea de la familia Maulen.
Tirtze Maulen de Berria carraspeó y con voz pausada por el
dolor de las heridas, le dijo a Beatriz de Etxebe;
—Los inquisidores
estarán al llegar. Debes partir ahora con las pócimas hasta el final del valle,
allí te reunirás con el resto. Mientras tanto aquí, es preciso cuidar el ganado
y los campos. Volverás dentro de dos lunas y para entonces estaré recuperada
del todo.
Recorrer de
noche los senderos del valle no era complicado para ningún habitante del pueblo
y sí para los inquisidores, era un largo recorrido entre montañas y allí los
habitantes de Zugarramurdi aguardaban la llegada de los eclesiásticos que se
establecerían cerca del río para descansar y preparar la ofensiva.
Las ascuas
formaban ligeras chispas que revoloteaban incansables sobre el rojo calor de
una gigantesca hoguera, y el silencio del nocturno bosque hacía llegar a oídos
de los inquisidores, con infalible sorpresa, los cánticos, que alrededor del
fuego, prorrumpían los zugarramurditarras. Así de esa manera, mediante el
aquelarre, los Ministros de Dios
fueron cayendo uno por uno en un profundo sueño del cual aprovecharían brujas y
brujos para apresarlos por sorpresa.
La noche fue larga y dura. Todos los inquisidores fueron capturados
dentro de sus sueños y despojados de sus pertenencias, en total setenta y
cuatro, y para cuando el gallo cantó la luz del alba, se iluminó un valle
repleto de pequeños montones de leña; setenta y cuatro, y en cada uno de ellos
un miembro de la Santa Inquisición aguardaba atado con cuerdas sobre un poste
recibir la misma punición que habían dado anteriormente a cientos y cientos de
personas inocentes.
Y así fue como el pueblo de Zugarramurdi venció en el siglo
XVI a la Santa Inquisición. Desde aquel entonces ningún inquisidor osó poner pies
en aquel valle. Hoy día, en pleno siglo XXI las brujas y brujos de Zugarramurdi
siguen manteniendo vivas las llamas que un día, cuatrocientos años atrás,
salvaron sus vidas.
En los sueños y en los corazones con bondad, anida el
secreto que jamás encontrarás en este escrito.