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sábado, 10 de diciembre de 2016

Abstracciones sobre la vorágine de la vida (NUEVO POEMARIO)

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Cuando Manu me encomendó a realizar el prólogo de su poemario, lo primero que hice fue preguntarme ¿qué debería saber el lector sobre los textos que lo comprenden? ¿Cuál sería su cualidad esencial, por encima del resto? Por ello me di a la tarea de leerlos un par de veces más, y me encontré con la sorpresa de que eran dos los tópicos que, importantes, iban y venían como aquellos actores que salen de escena para volver luego de unos minutos con vestuario distinto, pero evidentes por sus rostros inconfundibles. Así, “la libertad” y “el otro” fungen como los ejes de una idea controladora, las formas de su devenir como individuo vuelto poesía: y, como toda idea, muestran no sólo sus tesis sino aquello que las antagonizan.
     Manu habla desde la visceralidad propia de una tragedia de un trabajo esclavizador, pero también de quien contempla a un ser que vuela con sus ojos fijos en las nubes a media mañana. Se sitúa en un presente claro y nítido (como es el caso de la Ley Mordaza), a la vez que presta atención a esos detalles intangibles propios de un espacio sin tiempo, inmutable ante el paso de quienes lo tienen frente a ellos.
     Podría decir que su estilo se caracteriza por la brevedad, en su mayoría, así como en la búsqueda por vislumbrar la debilidad de los cimientos de los edificios que se creían indestructibles. Así, por ejemplo, en “Hipocresía de dos minutos y medio”, Manu desentraña la relación entre la libertad de quien busca su propio camino en el otro, y de cómo se topa precisamente con quien anda buscando.
“Te escribí mis mejores poemas
en lo que tardó el humilde segundero
en dar dos vueltas y media en mi sencillo mundo.
Éste se llevó nuestro tiempo
y mi paciencia
que se perdió en tu infinita comedia.”
     El tiempo es, quizá, el hilo conector entre las dos líneas trazadas por Manu como caminos a seguir entre sus versos, la idea controladora de la que hablaba hace unos párrafos. No es pregunta si la propia libertad encuentra al otro, sino cuándo. ¿En qué momento se cruza el propio actuar con el del resto? No ocurre en un vacío, y es algo que reafirma de forma constante, no sólo en las personas que rodean a quien escribe, sino a toda clase de seres.
“¿Y qué quedó de aquel verano?
Los árboles del parque
que portan grabada, con sinceridad,
el efecto imantado de dos corazones
que tres mil días se amaron
y en noventa y siete segundos se rompieron.”
     Diría que en esta obra encontrarán de entrada un Manu sincero, a un individuo que cuestiona su papel en el orden de la siempre angustiante relación del propio actuar y el del resto. En ese sentido, podría destacar que al leerlo he podido posicionarme en algún punto de la delicada balanza que traza con palabras que caen ante uno como un granizo que nos invita a mirar hacia el cielo.
     A ustedes les digo, con toda honestidad, que yo he sentido el impulso de alzar la vista luego de haberlo leído.

Daniel Centeno.
Miembro fundador del círculo de escritores El Jardín Blanco y del proyecto fotográfico Ciudad de Rostros Gdl. Licenciado en Psicología por la UDG (México), y escritor en Contrasentido.
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